Dos veces he estado en situaciones en las cuales pude haber muerto.
Una de ellas sucedió hace dos años, en Dociembre del 2008. Me encontraba terminando mi servicio social. Vine a la ciudad a pasar el fin de semana y el Domingo por la noche salí manejando de regreso a mi comunidad (Lo cual era una estupidez monumental)
La comunidad en la cual hice mi servicio social se encuentra en la sierra gorda queretana, en el extremo norte del estado, frontera con San Luís Potosí. Para llegar a ella se debe de tomar la autopista México Querétaro, hasta llegar a San Juan del Río. De San Juan del Río viene un tramo de unos 100 kilometros de una carretara tranquila, casi recta que pasa por Tequisquiapan, Ezequiel Montes, Cadereyta y finalmente un pueblo llamado Bizarrón.
Después de pasar Bizarrón, sigue un pequeño tramo de unos 3 o4 kilómetros y súbitamente inicia la Sierra. De transitar una carretara casi recta, de un momento a otro inicia la sierra y la carretera comienza a ser una curva tras otra por los siguientes 250 kilometros.
El primer tramo de la sierra esta en el semidesierto queretano. Después de unos 100 kilómetros la carretera sube por lo menos unos 1000 metros hasta un pueblo llamado Pinal de Amoles, el cual como su nombre lo indica, ya no esta en el semidesierto sino en un bosque.
Desde mi casa hasta Tilaco -el último poblado antes de que inicie el camino de terracería- debe de haber una distancia cercana a los 400 kilómetros. Normalmente se recorren en 7 u 8 horas. Pero tras 10 meses de recorrer esa carretera, literalmente conocía cada curva, cada tope, cada parada y cada pueblo de aquellos 400 kilometros. Esto no es una exageración. En ese año debí recorrer esa carretera no menos de 60 o 70 veces.
Salí a las 7 de la noche. Con la idea de llegar a las tres de la mañana. Reconozco que para entonces recorría esa carretera llegando hasta 170 o 180 kilómetros por hora en los tramos de la autopista, y a muy alta velocidad en el resto, considerando que es una sierra. De modo que esas 7 u 8 horas las llegué a recorrer en 4 horas y media.
Si el choque hubiera ocurrido en la autopista a esas velocidades hubiera muerto. Punto.
Pero el choque ocurrió justo tras pasar Bizarrón. En ese último tramo recto iba a unos 120 o 130 kilómetros por hora. Había niebla. Ya era de noche. A esa velocidad, debido a la velocidad y a la niebla de repente vi frente a mí un camión de volteo viejo sin luces que iba a unos 20 o 30 kilómetros por hora. Y lo ví cuando lo tenía a unos 10 metros o menos.
Por supuesto sabía que ya no alcanzaría a frenar. Hice lo único que podía hacer. Rebasarlo para evitar impactarme y quedar debajo -en cuyo caso por supuesto hubiera muerto sin lugar a dudas.
Alcancé a rebasarlo sin pegarle. Debí pasar a unos 10 centímetros pero no lo toqué. Lo que ya no logré hacer es evitar que el coche se mantuviera en el otro carril sin que se saliera por la zanja.
El resto no lo recuerdo con claridad. Se que el coche derrapó, cayó en un desnivel de un metro y de alguna fora regresó a la carretera y quedó viendo hacia el lado contrario.
A ello le siguieron unos segundos en los cuales, comence a palpar mi frente, para comprobar si estaba sangrando.
El motor quedó a un metro a desnivel del resto del coche. El eje superior roto, por lo cual las llantas estaban a un desnivel de un metro una con respeto a la otra. El cofre quedo elevado unos 50 centimetros. La defensa delantera se partió en dos. La puerta trasera del lado derecho quedo destrozada. Sin embargo, por razones que no puedo explicar, ni el parabrisas ni el vidrio de la puerta de mi ventana se rompieron.
Iba sin cinturón de seguridad.
No me pasó absolutamente nada. Con excepción de un esguince cervical.
El choque ocurrió a las 9 de la noche mas o menos. La patrulla federal de caminos llegó a las tres de la mañana y mi seguro media hora después. Despues de que la policía de Bizarrón retirara mi cohe de la carretera, esperamos la llegada de la federal de caminos.
Aquella noche, la temperatura debía ser ligeramente inferior a cero grados. Era el semidesierto y había viento. Yo llevaba una sudadera. Subí al camión que me regresó a la ciudad en San Juan del Río a las 6 de la mañana. Cuando llegué a mi casa aún tenía la punta de los dedos de las manos moradas.
Jamás, ni antes ni después he sentido un frío tan espantoso.
Cuando pasas por algo así suceden dos cosas. Una es que ese recuerdo viene a tí, inevitablemente de cuando en cuando.
Pero quizá la sensación más extraña que persiste tras algo así es el sentir que todo lo que ha pasado desde entonces es algo extra. Que uno pudo morir ese día. La forma más cercana para describir lo que trato de expresar es sentir que tu vida a partir de ese suceso es como un sueño. Algo que, desde cierta perspectiva, pudo no ocurrir jamás.
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